martes, 14 de octubre de 2008

Sinestésico

Era subirme de un salto a los Pirineos

jugando a las escondidas
en los jardines colgantes de tus aros

planeando arrancarte las torres de la boca
y las pirámides de los dedos,
así cruzaba la muralla interminable
que me planteaban tus senos,

nadando en la garganta del diablo
entre tu cuello y tu pecho,

prestidigitándote los huesos,

desmoronándote los Everest.

Me levantaba eterno
en el Teide cremoso de tu pelo,
y los andes ciegos
saltaban la rayuela del viento.

Venías con chocolate cubriéndote los dedos

para dejarme comer las delicias
en directo,
desde tus manos de hierro;

y tus brazos de imantita
se me pegaban a la boca,
como se le pega a Cuyo el Pampero.

Era subirme de un salto al encierro
en el faro de Alejandría,
hundido en la Petra de tu ceño,

era imaginarme que te veía,

que existías
como efímera fiebre del hielo,

en arrebatos de silencio,

para así
poder mis letras convertirte
(a pesar de mis gestos)
en la octava maravilla,

indudablemente del transcurrir del tiempo,


con alma

y

sin dueño.



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