jueves, 15 de abril de 2010

Érase una vez yo

Por masticar el abandono,
cuando araño tu camino
decidí desandar tus labios
y guardar los míos


tan inservibles
tan gastados


tanto que me ahuecan
las horas


y se me pudren las manos
guardadas en los bolsillos


que sin cantarle al viento
en la caída
de tus laderas,


se aferran a este flagelo


a este intento
de darte todo lo que nunca te dí


a este fracaso rotundo.


Voy a trillar fantasmas

aquellos que te buscan en mi ropero
por entre las perchas lisas


jugando de dedo en dedo
con las últimas notas de tu olor


para no olvidarse que son tuyos
que ahí los dejaste
como si nada,
como si nunca hubieses venido




me tiemblan las rodillas
de a par escondidas
donde daba ese calor


el que llegaba cuando abrías la puerta


esa puerta
la que cierro con este punto final.